“A las cosas que son feas ponles un poco de amor y verás que la tristeza va cambiando de color” Teresita Fernández, (poeta y cantautora cubana)

Acostumbrados nuestros ojos al disfrute de la belleza como herencia natural de la raza humana, debería sorprendernos la apatía colectiva con la que pareciéramos conformarnos diariamente ante tantas y tantas imágenes de horror: la agresión directa e indiscriminada al medio ambiente y a nuestra propia especie, provocada por las guerras, la contaminación, la sobrepoblación de los centros urbanos, la creciente crisis económica mundial y los incrementos de los índices de pobreza. El desarrollo tecnológico y comunicacional sin precedentes en la historia de la humanidad y la sobreexplotación de los recursos naturales, los intereses políticos, religiosos y de poder puestos por encima del derecho a la vida, las explosiones migratorias, las aglomeraciones humanas en espacios carentes de infraestructura y servicios indispensables, las manifestaciones de racismo, discriminación, abuso, explotación del trabajo, el terrorismo, la barbarie, la muerte y el caos… causas y consecuencias que parecieran escenas contradictorias y catastrofistas extraídas de un discurso apocalíptico y fundamentalista. Pero lamentablemente es la vida real, no solo los reportes de algunos noticiarios. Es la vida real contemporánea que enfrentamos cotidianamente los que habitamos cada esquina de este planeta, aún en nuestra ignorancia y nuestra ceguera.

 

Recorrer el campo y sus alrededores caballete en mano, pintar, al aire libre o en la penumbra de los atelieres, paisajes y ciudades bucólicas, emergiendo entre la neblina romántica del pincel de los artistas hacia finales del siglo XIX, era un oficio placentero, hecho para un resultado placentero, acompañado del espíritu más o menos existencial del arte, pero siempre conectado con la belleza de la creación, que se correspondía con los enunciados teológicos y filosóficos de la época. Pero el siglo XX amaneció con dos guerras mundiales consecutivas y un legado de incongruencias simbólicas que hasta hoy deriva en ese vacío conceptual en el que se entrecruzan y naufragan oriente y occidente y todos sus sistemas de conocimiento incluyendo el arte. La posmodernidad es ese saco sin fondo en el que hemos echado todos nuestros miedos, todas nuestras dudas y todos nuestros malos proyectos. Es esa matriz que habitamos consiente o inconscientemente como antesala de un mundo otro aún desconocido, pero lamentablemente ya previsible.

 

Pintar ya no tiene como fin la belleza, porque el mundo esencialmente ha dejado de ser bello. Afortunadamente los hombres y mujeres sensibles que amamos la belleza del mundo podemos pretender, y solo eso, acallar los demonios, gritando donde y como podamos: “esto es lo que nos queda del mundo, por favor salvémoslo”.

Porqué “Paisaje urbano”

Orlando Gutiérrez y Gerson Fogaca son dos artistas visuales que se han unido para gritar juntos por la salvación del planeta, no porque sea chic, ni esté de moda, o porque sea políticamente correcto, sino porque como seres sensibles su arte está conectado con la creación, con la naturaleza y con la vida, con la necesidad de hacer conciencia colectiva y de reconciliarnos con la belleza como lenguaje.

 

“Paisaje urbano” es un proyecto expositivo que describe a través de la obra de estos dos artistas la visualidad cotidiana de dos ciudades: La Habana, Cuba, y Goiania, Brasil, pero son imágenes repetitivas de ciudades que podemos saber anónimas, porque sus códigos son universales.

 

Los múltiples zapatos amontonados, huellas sin nombre, objetos sin relato aparente por cotidianos y funcionales, símbolos del consumo, la pobreza, la migración, el abandono y la historia, repetidos en los basureros cuidadosamente dibujados por Orlando Gutiérrez; y las ciudades que estallan de color y se fragmentan ante el ruido, la velocidad, el tráfico, la violencia y las máscaras que la vida en la ciudad impone, en el acento nervioso y desgarrador del caos urbano en el mejor expresionismo pictórico de G. Fogaca, son un conjunto polifónico que salta a nuestra vista como un ineludible reclamo que no podemos ignorar.

Ellos no son ingenuos, saben que no son los únicos en expresar lo que sienten y saben que no basta con pintarlo en uno o muchos lienzos, pero les sirve para hacer señales de humo en medio del naufragio. Ojalá muchos nos atreviéramos a hacerlo, y quizás entonces el grito fuera colectivo.

“Paisajes urbanos” tiene un tinte nostálgico y es a propósito, nos recuerda los tiempos en que un pintor o un simple viajante se sentaba a tomar apuntes de una hermosa ciudad a la sombra de un árbol. Todavía podemos hacerlo, aunque la prisa de la posmodernidad nos haga olvidarlo, aunque muchos hoy prefieren, en su egoísmo, andar por la vida con sus selfies por delante, para constatar sobre todo su presencia, pero no está lejos el día en el que nuestras selfies se queden sin paisaje.

Orlando Gutiérrez y Gerson Fogaca siguen mirando al paisaje como protagonista y “Paisaje urbano” es una demostración de ese entorno donde el hombre apenas es una huella, una mancha, un elemento, un recuerdo de que formamos parte de un sistema, de un todo universal, estrechamente conectado, al que nuestros antepasados llamaron Cosmos.

“Paisaje urbano” no es una postal turística y está lejos de serlo, pero es un homenaje y un reclamo por la belleza escondida en los espacios cotidianos de nuestras ciudades y en la dinámica de la vida contemporánea de cada ciudad en cualquier latitud. “Paisaje urbano” es una reconciliación del hombre con el medio ambiente y con el compromiso como especie, de conservarlo como nuestro único hogar.

Es este un proyecto que apela al amor como lenguaje y energía universal para entender la belleza y la tristeza del mundo. “ Paisaje urbano” es una sacudida a nuestra apatía, y una renuncia a la aceptación del horror como paisaje cotidiano.

Dayalis González Perdomo Hialeah Gardens, Miami, Florida

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